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Baraja, en su etapa de ayudante de Gregorio Manzano en el Atlético.

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Baraja, en su etapa de ayudante de Gregorio Manzano en el Atlético.

Rubén Baraja, un currante del balompié

Metódico, ordenado, sincero y estricto, el exjugador trabaja para repetir en los banquillos la impronta que dejó en los campos

EDUARDO ALONSO

GIJÓN.

Miércoles, 13 de diciembre 2017, 02:59

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Rubén Baraja Vegas (Valladolid, 1975) es de aquellos exfutbolistas a los que, una vez colgadas las botas (se 'jubiló' a los 35 años'), el gusanillo de entrenador les pica más y que pueblan los banquillos del fútbol. En esas se encuentra 'Pipo', que se define como un personaje tímido y persistente. Le gusta el grupo 'U2'. Quiere viajar a Nueva Zelanda y Australia. Considera a Messi como el mejor jugador del mundo. Le van las tertulias y el café. Está casado con una valenciana. Y es un enamorado de la ambición y la valentía. De fuerte carácter, ideas claras y mente despejada, su caso es uno de los más prometedores al frente de la pizarra.

«Un trabajador, un currante del fútbol, con las ideas claras, que no deja nada al azar», lo define el futbolista el exoviedista Pelayo, actualmente en el Albacete, pero que lo tuvo como 'jefe' en el Elche. «Muy metódico, que curra hasta la extenuación, sincero, listo...», añade su excompañero en la aventura ilicitana y, en su caso, exsportinguista Hugo Fraile, que estuvo bajo sus órdenes media temporada tras su salida del Sporting. «Le gusta tener el balón, tener la posesión, es buena persona, aunque con carácter», puntualiza el también exrojiblanco Mandi, que defiende ahora la elástica del Almería.

Una de las relaciones más singulares que existen en el mundo del fútbol es la que se da entre jugador y entrenador. Baraja ha sido ambos. Primero, un centrocampista total -«sin ser duro, jugaba al límite para guardar la posición», bromea el propio protagonista-. Constructor de 'edificios' deportivos como el Atlético y, especialmente, el Valencia. Director de una carrera profesional plena de éxitos... Y, ahora, un entrenador intenso, al igual que sus equipos, ordenado, asfixiante, con una esencia que combina el toque y la velocidad, aunque bien armadito atrás.

Su progresión como futbolista fue meteórica. Tanto o más que exitosa. Debutó en Primera División con su Valladolid natal (1993). Mostró todo su fuerza, su saber estar, su poderío aéreo y su visión de juego en la ribera del Manzanares (primero en su filial y después, en la temporada 1999-2000, con el primer equipo). Y se convirtió en el pilar, en el capitán, de aquel Valencia de los mayores logros durante diez años, en los que coincidió con los asturianos Villa, Mata y Angulo. El de las grandes citas. El de las dos Ligas, una Copa del Rey, una Copa UEFA, una Supercopa de Europa, un subcampeonato en Liga y otro de Champions (cayó ante el Bayern).

Como futbolista no ofrecía dudas: era capaz de resolver las situaciones más complejas con trabajo, mucho, fuerza y técnica. Y, con esa fórmula y arropado hasta por cuatro y cinco compañeros del mejor Valencia, encandiló a seleccionadores españoles como Camacho, Iñaki Sáez y Luis Aragonés. Fue el pilar, la brújula, de aquella 'Roja' durante cinco años (2000-2005). Disputó 43 partidos, marcó siete goles y jugó dos fases finales: el Mundial de 2002 y la Eurocopa 2004.

Su liderazgo, su fe contagiosa y el respeto que le profesaban sus compañeros le llevaron a dar la vuelta de honor a Mestalla a hombros el día de su último partido como profesional. Fue un 16 de mayo de 2010. Aquel número '8' que colgaba en su espalda quedó huérfano. Pero no se detuvo. No se mantuvo quieto. Tomó la decisión y optó, sin más bagaje que su experiencia sobre los campos, por coger el camino de ser entrenador.

En el banquillo, Baraja se muestra inquieto, en movimiento, en constante comunicación con sus jugadores, a los que busca tranquilizar. «Se gana la confianza de sus jugadores. Quiere disciplina, pero también entiende que se quieran evadir. Tiene normas, pero se gana el respeto de los suyos», apunta el futbolista Pelayo.

De la mano de Gregorio Manzano y como uno de sus ayudantes, inició su nueva carrera en el Atlético. Volvió a Valencia y tomó las riendas del Juvenil ché. Dio el saltó al Elche en 2015. Salió indemne en una aventura con un club descendido de Primera por impagos y hecho a piezas quince días antes del inicio de la temporada. Y se marchó al Rayo Vallecano para ocupar el hueco dejado por el exsportinguista José Ramón Sandoval. Cuatro meses después, el pucelano siguió el mismo camino: ganó solo tres de sus trece partidos.

Hombre de palabras justas, si por algo destaca es por saber transmitir el mensaje adecuado con las palabras justas y la fuerza suficiente para que su discurso cale en el grupo. «Le gusta el orden, trabaja la táctica, no le gusta el desorden, eso de cambiar posiciones... Tampoco las bromas», señala Hugo Fraile sobre un técnico que, en su etapa en el Elche, tiraba del tradicional 4-4-2 o del 4-2-3-1. «Es muy estricto», advierte Mandi. «En el Elche nos entrenaba por líneas. Es un buen técnico. No se le escapa nada. Es de ideas fijas, pero se adapta a lo que tiene», hace hincapié el centrocampista del Almería.

Ganas, ilusión y ambición

Dicen quienes le conocen que afronta esta nueva etapa de su currículo deportivo en Gijón con muchas ganas, ilusión y ambición, convencido de sacar la mejor versión de sus jugadores, animarlos, insistir en un mensaje, llenarlo de tensión, ambición. Los saben bien Pelayo, Hugo Fraile y Mandi tras estar bajo su dirección. «Es un entrenador idóneo para el Sporting. Es el mejor que he tenido en mi carrera. La experiencia no lo es todo», afirma el primero. «Es listo y, antes de firmar con el Sporting, ya habrá estudiado al equipo y sabrá ya la manera de jugar porque trabaja noche y día», añade el segundo. «Se va a ganar el vestuario muy rápido y lo va a hacer bastante bien», puntualiza el tercero.

Lo fundamental será su adaptación a la plantilla y a la filosofía del club. Y poner en forma todas sus convicciones.

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